jueves, 2 de septiembre de 2010

Un Manicomio para celebrar la Independencia de México


El Manicomio General La Castañeda fue un monumental complejo arquitectónico inaugurado en Septiembre de 1910 por el General Porfirio Díaz en el marco de las pomposas fiestas del centenario de la independencia

La construcción del Manicomio General –que costó un millón setecientos mil pesos- se convirtió en una obra tan importante para el país, que su inauguración fue uno de los actos que dieron brillo a las fastuosas fiestas del Centenario de la Independencia. Para el magno evento de apertura se repartieron invitaciones a lo más selecto de la sociedad porfiriana. De ese modo, políticos, intelectuales y personalidades del extranjero, se dieron cita a las diez de la mañana del 1º de septiembre de 1910 para la inauguración del hospital.Donde según decían los que sabían la Psiquiatría "moderna" hecharia sus raíces;Hombres y mujeres elegantemente ataviados abarrotaban la entrada del recinto. Desde temprana hora comenzaron a llegar en vehículos dispuestos por el gobierno. Los pobladores de la zona y demás curiosos se transportaron en tranvías desde diferentes puntos de la ciudad. Con rigurosa puntualidad, el presidente Porfirio Díaz y su esposa, Carmelita Romero Rubio, arribaron a la ceremonia. De igual forma lo hicieron el vicepresidente Ramón Corral, el embajador norteamericano, Henry Lane Wilson y el doctor Eduardo Liceaga, principal responsable del proyecto médico de la “moderna” institución Durante aquella inauguración, la élite política, acompañada de embajadores y cónsules, familias “pudientes” y destacados empresarios, recorrió las instalaciones, asombrada ante las celdas para pacientes peligrosos y atenta a las palabras del “arquitecto de la locura”, Porfirio Díaz hijo, y del psiquiatra José Mesa Gutiérrez, aunque a este último no se le escuchó porque “habló muy bajito”. En la alocución de Díaz quedó claro que México se ponía al nivel de las principales ciudades del mundo en el tratamiento de las enfermedades mentales.

El Manicomio General de La Castañeda fue instituido en el año de 1910 con la doble función de hospital y asilo para la atención psiquiátrica de enfermos mentales de ambos sexos, de cualquier edad, nacionalidad y religión. Un objetivo secundario fue proporcionar enseñanza médica mediante la participación de las clínicas de psiquiatría en sus pabellones.

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Una vez elegido el pueblo de Mixcoac, ubicado en la periferia de la capital mexicana, se inició la construcción de un edificio que cristalizaría un ambicioso proyecto el edificio erigido e ideado por el ingeniero Porfirio Díaz hijo, se diseñó dentro de los lineamientos dados por la psiquiatría moderna. En aras de la eficacia terapéutica, los internos debían estar aislados del bullicio citadino y en contacto con la naturaleza y el aire puro.

Para tales fines fueron comprados los terrenos de la antigua Hacienda La Castañeda, localizada muy cerca del entonces pueblo de Mixcoac. Allí, en 74 mil 480 metros cuadrados se levantó un complejo arquitectónico de 24 edificios con capacidad para mil 200 internos De acuerdo con el proyecto original el hospital estaba organizado con un departamento de “admisión y clasificación” -como se denominaba en la época-, un “pabellón de servicios generales, que contaba con la Dirección General, teatro, biblioteca, farmacia y equipo de fotografía, cocina, lavandería, panadería, talleres, baños, y cuarto de máquinas.” Los pabellones para los enfermos estaban divididos bajo una curiosa clasificación: “distinguidos, alcohólicos, tranquilos, peligrosos, epilépticos, imbéciles, e infecciosos”. Los establos y la morgue se encontraban en la parte final de la construcción, con entrada independiente para permitir el libre acceso a los practicantes de medicina, todo rodeado de una gran extensión de bosque y jardines.

Desde el principio, también se consideró que el lugar debía estar apartado para garantizar la tranquilidad de los pacientes y la seguridad de la población, lejos de griteríos y posibles contagios “ya que violaría las reglas de higiene establecidas (…) sin pantanos, sin focos de infección, con plantaciones y árboles que amenicen el lugar, agua en abundancia, tierra fértil y lo suficientemente extenso para garantizar hectárea y media para cada 100 pacientes”.



Cuando el paciente ingresaba al manicomio el psiquiatra en turno registraba además de los datos personales, la forma de hablar, los gestos, los movimientos exagerados y los sucesos que habían motivado la solicitud de encierro. Al final, se diagnosticaba alguna de las afecciones propias de la época.

Las más recurrentes fueron: epilepsia, psicosis maniaco depresiva, parálisis general progresiva (fase final de la sífilis), paranoia, histeria, demencia precoz (que a partir de 1920 en México se llamó esquizofrenia), demencia senil, imbecilidad, idiotismo, alcoholismo, cocainomanía y heroinomanía.


Sus primeros setecietos sesenta y nueve internos fueron remitidos por los hospitales para dementes que funcionaban desde tiempos coloniales: el Divino Salvador, que albergaba a mujeres, y el San Hipólito, donde estaban confinados los hombres. Además, había una minoría de pacientes procedentes del Hospital para Epilépticos de Texcoco.

Según los periódicos de la epoca, México incursionaba, por fin, en la psiquiatría “moderna”, dejando atrás aquellas vetustas celdas oscuras donde las almas de los locos languidecían olvidadas por la ciencia. Había una confianza generalizada en que el novísimo manicomio, además de ofrecer tratamiento médico adecuado, se convertiría en el espacio para la formación de nuevos médicos interesados en escudriñar los secretos del cerebro.

Apenas unos meses después de la inauguración Díaz abandonó el poder y comenzó la compleja etapa de reestructuración política y guerra civil conocida como la Revolución Mexicana (1910-1920). Durante ese periodo bélico, el manicomio fue un espacio subutilizado, ya que hubo un promedio de 650 ingresos por año. Pero a partir de 1921 la cantidad de pacientes se disparó: en 1930 hubo cerca de dos mil y en 1942 alcanzó la escandalosa cantidad de tres mil 400.

Con el paso de los años, y debido a las múltiples irregularidades del manicomio, se tejió la leyenda negra que lo consolidó en el imaginario colectivo como un sitio marcado por atropellos, maltratos, atrocidades, abusos y corrupción, donde los pacientes morían en el hacinamiento, víctimas de hambre, epidemias y una alarmante insalubridad.
Pero la leyenda negra tiene su contraparte: la Castañeda fue el espacio por excelencia para la formación de generaciones enteras de psiquiatras en el ejercicio de la clínica. Además, allí se aplicaron las técnicas que en su momento fueron novedosos adelantos en el tratamiento de las enfermedades mentales, desde la hipnosis y la hidroterapia durante los primeros años, hasta la electroterapia, el uso de psicofármacos y la neurocirugía.

Tres décadas después, frente a la acuciante crisis que se vivía en el Manicomio, señal irrefutable de la ineficacia terapéutica del encierro, el Estado mexicano diseñó un plan para desmantelarlo. Este consistió en la creación de siete granjas en diferentes partes del país, bajo la idea de que el trabajo agrícola ayudaría a la curación de los enfermos mentales. La primera fue fundada en 1944 en Guanajuato y allá fueron trasladados algunos pacientes “recuperables” de La Castañeda.



En 58 años de vida, este sitio albergó a unos 75 mil pacientes de todo tipo: indígenas, ricos, adictos, extranjeros o criminales. Algunos permanecieron brevemente, mientras otros murieron en el encierro.

Debido a las pésimas condiciones en que se encontraban los internos en La Castañeda, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz decidió, en 1967, inaugurar granjas-hospitales ubicadas en las afueras de la ciudad, a donde fueron trasladados los 5 000 habitantes del antiguo manicomio. El manicomio de La Castañeda, protagonista de una de las historias más oscuras de dolor humano en México en el siglo XX, fue derruido en 1968 por orden presidencial. Pero no todo desapareció de aquel hospital que para miles de personas significó una vida en el infierno; sobrevivió la fachada majestuosa de estilo francés, que piedra por piedra fue trasladada de la ciudad de México a Amecameca, en donde hoy resguarda celosamente la vida religiosa de Los Legionarios de Cristo.

1 comentario:

  1. Fascinante descripción histórica, y formidable el Arquitecto Arturo Quintana Arioja por rescatar la señorial fachada.

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