SANTO TOMAS DE AQUINO (1224-1274)
La
Pedagogía Tomista.
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Tomás de Aquino puede considerarse como el pensador medieval que realiza la
síntesis más apreciable del pensamiento antiguo. De ahí su carácter
representativo del pensamiento clásico, que es el motivo principal de su
inclusión en el temario
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Santo Tomás fue un profesor de Teología. Para resolver las cuestiones
teológicas de las que se ocupaba recurría a distinciones y conceptos
filosóficos —principalmente de carácter aristotélico—: al hilo de esta
filosofía formula su concepción pedagógica. Más que de una “filosofía de la
educación”, en Tomás de Aquino debe hablarse de una doctrina pedagógica
derivada de su pensamiento filosófico.
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Su contribución pedagógica consiste principalmente en: a) su noción de
educación; b) el contenido de la formación moral; c) su concepción de la
enseñanza y de la formación intelectual.
La Noción de Educación.
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La definición de educación es: “conducción y promoción de la prole al estado
perfecto del hombre que, en cuanto hombre, es el estado de virtud”. Este
enunciado comporta los siguientes elementos:
a)
Conducción: significa la guía u
orientación del educador; el crecimiento o desarrollo humano es asistido por el
educador que le procura ayuda para el cumplimiento de su fin propio, esto es,
para que sea el mejor y más adecuado desarrollo del hombre.
b)
Promoción: la educación no produce
ni construye nada en el educando; sólo favorece —pro-mueve o mueve a
favor— el crecimiento intrínseco en la naturaleza del educando; esto implica
que la actividad educativa debe contar con el dinamismo propio del educando, no
imponiéndoselo, aunque sí corrigiendo las desviaciones que puedan darse. Esto
último exige un conocimiento o sentido de la finalidad.
c)
Prole: la educación tiene un
carácter natural, y no artificial; es considerada como prolongación de la
generación y de la nutrición de la prole; de esta consideración dimanan dos
tesis: una es la titularidad primaria de los padres en la educación: éstos son
los primeros y principales responsables de la educación; la otra es la duración
indefinida de la educación por toda la vida, en cuanto continuación perfectiva
en la existencia de la nutrición.
d)
Estado perfecto: la educación, obviamente, no otorga
la vida, pero sí el estado de vida adecuado al hombre. Aquí, “perfecto” no
significa “óptima y completamente acabado”, sino el mejor posible;
“perfecto”, sobre todo, significa perfectible. La educación coadyuva a
promover el mejor estado de vida para el hombre.
e)
En
cuanto hombre:
el perfeccionamiento humano se funda en la naturaleza del ser humano; no se
establece desde ninguna instancia extrínseca a lo que él es. Esta afirmación se
establece desde la doctrina metafísica de la participación en el ser y desde la
doctrina antropológica de la perfectibilidad del ser humano, que se perfecciona
a sí mismo al tiempo que perfecciona el mundo natural que le rodea.
f)
Estado
de virtud:
esto supone dos cosas: la primera es que la “virtud” es, sobre todo, el aumento
y la posesión de la capacidad operativa, o sea, la potencia mejorada de obrar y
hacer, según la cual el ser humano actúa del mejor modo posible y es dueño de
su actuación —implícitamente se está aludiendo a la libertad—; la segunda es
que el “estado de virtud” alude al sentido de la finalidad: el fin es que el
hombre actúa del mejor modo según su naturaleza, según lo que es él, y según
quien es él.
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En los textos tomistas el término “educación” está emparejado frecuentemente
con los de “nutrición” e “instrucción” (enseñanza). Esto expresa la consideración
unitaria respecto al perfeccionamiento humano: en lo material, la educación se
vincula a la nutrición, que reporta el bien al cuerpo; en lo espiritual, se
vincula a la instrucción o enseñanza que promueve el bien del espíritu.
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La educación, entonces, no es algo fortuito o accesorio para el hombre, aunque
fuera un añadido de suma importancia, sino que es algo estrictamente
necesario para el hombre, pues sin ella, no daría cumplimiento pleno —o
perfecto— a su ser. Históricamente, es la primera vez que aparece esta
valoración suprema de la educación. Desde ella se hace posible una afirmación
de la educación como bien común a todos, y no sólo para una élite; aunque Tomás
de Aquino nunca se pronunció a este respecto, lo que es comprensible en la
sociedad radicalmente clasista de su época.
La
Formación Moral.
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Según lo dicho sobre el estado de virtud, formación moral significa formación
de las virtudes morales. Desde la doctrina antropológica tomista, la formación
moral sería en rigor la formación de las virtudes más propiamente morales, en
cuanto que corresponden al desarrollo perfectivo de los apetitos naturales o
potencias apetitivas humanas:
Apetito
concupiscible........................templanza
Apetito
irascible................................fortaleza
Apetito
racional.................................justicia
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Este esquema de formación de la virtudes, según la doctrina moral tomista,
aboca en la virtud de la prudencia, que es moral por su materia e intelectual
por su forma; esto es, tiende a un bien como toda virtud moral, pero su acto
propio no es apetecer o querer, sino elegir. Entonces, atendiendo a la
prudencia como culminación de la formación moral, el esquema anterior podría
expresarse así:
Educación
de la afectividad............................templanza y fortaleza
Educación
de la voluntad................................justicia
Educación
del entendimiento práctico............prudencia
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Según la posesión de la potencia que entraña la virtud, la formación moral
implica el dominio de los apetitos susodichos, pero entendiendo
debidamente la noción de “dominio”:
a)
Dominio despótico: es el que tiene la razón sobre el
cuerpo, por el que las manos, los pies o cualquier otro órgano corporal
obedecen inmediatamente los dictados racionales —salvo en caso de enfermedad.
b)
Dominio político: es el que tiene la razón sobre los
apetitos, pues éstos pueden oponerse a los dictados racionales, ya que no sólo
dependen de la razón, sino también de la sensibilidad, que no es racional.
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El dominio de la virtud sobre los apetitos es de carácter político, no
despótico. Esto significa que no debe —ni puede de hecho, aunque lo intente—
reprimirlos, sino que debe guiarlos y excitarlos (conducirlos y promoverlos) al
bien. Además, según la unidad de ser y de vida del hombre, es propio de esos
apetitos el ser conducidos por la razón hacia el bien; es lo propio de su
naturaleza.
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Entonces, la formación moral consiste en la repetición de actos apetitivos que
tienden al bien. Ésta es la vía para desarrollar las virtudes morales, en cuanto
que son hábitos operativos buenos. Las virtudes morales no consisten en un
saber, sino en un habitual apetecer recto. De esta manera, las virtudes
morales van conformando la segunda naturaleza, no contradictoria, sino
complementaria con la primera u originaria naturaleza.
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¿Cómo se suscitan los actos que deben reiterarse para el desarrollo de las
virtudes morales? Por dos vías básicas: la doctrina y el ejemplo.
a)
Doctrina: no es la enseñanza de un saber teórico, sino de un
saber práctico; no se trata de enseñar qué es la virtud, sino cómo obrar de
modo acorde con el bien. Debe darse esta enseñanza en la formación moral por
cuanto el hombre es un ser racional, y debe conocer los motivos de su acción;
por ello mismo, la doctrina debe ser adecuada al conocimiento de los motivos
para actuar que pueda tener y comprender el educando; por eso será diversa, por
ejemplo, según la edad. No obstante, siendo indispensable, la doctrina no es
suficiente por sí sola.
b)
Ejemplo: además de la doctrina
se precisa la vía eminente del ejemplo. No se trata de discutir o discurrir
sobre casos “ejemplares”. Ejemplo, aquí, significa acción, situación, o incluso
una entera conducta moralmente imitable, esto es, ejemplificante, en el
sentido de que mueve a obrar análogamente. Por eso, respecto a la repetición de
actos, es más eficaz que la doctrina que se enseña con palabras; el ejemplo, en
cambio, se muestra a sí mismo.
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Otras vías menos directas son las sanciones, esto es, los premios y los
castigos, pero entendidos en sentido formativo, y no jurídico: no son sanciones
morales o jurídicas a las conductas, sino medios para su corrección,
necesaria en cuanto que se desvían del
bien.
La
Formación Intelectual.
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Consiste en la formación de las virtudes intelectuales, pero partiendo de dos
virtudes primarias o dadas naturalmente; esto es, que obran por sí mismas: el intelecto
o hábito de los primeros principios teóricos y la sindéresis o hábito de
los primeros principios prácticos (*).
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La formación intelectual se realiza de dos maneras: por descubrimiento (inventio)
o por enseñanza (disciplina). Para Tomás de Aquino, aunque aprender por
descubrimiento es perfectamente posible, resulta preferible la enseñanza por
dos razones: se gana tiempo y, sobre todo, se aprende de modo seguro mediante
el saber del maestro.
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La enseñanza es una ayuda, y el maestro es la causa coadyuvante del aprendizaje
del discípulo. La relación entre enseñar y aprender no es la de una transmisión
o transfusión de ideas del maestro al discípulo, sino una presentación de los
procesos racionales mediante los cuales se adquiere el saber: no se trata de
que el discípulo acoja y reedite las ideas y conceptos del maestro, sino que
reproduzca en sí mismo el proceso de adquisición del saber mediante la ayuda
del maestro.
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El discípulo tiene una capacidad o potencia activa para adquirir el saber;
mediante ella, puede aprender por descubrimiento (inventio). Pero esta
potencia activa es compatible con la ayuda del maestro mediante su enseñanza.
En este proceso de reproducción de los procesos racionales se adquiere el saber
al tiempo que se desarrollan las virtudes intelectuales.
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El arte del maestro es análogo al del médico. Éste, propiamente, no cura, sino
que sólo asiste y potencia a los procesos naturales en el organismo del
paciente, que es quien realmente se cura. Así se realiza el principio de que el
arte sigue a la naturaleza (ars imitatur naturæ), propio de la filosofía
clásica de raíz aristotélico-tomista.
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El proceso del aprendizaje mediante la enseñanza se establece en tres momentos,
según lo que hace el maestro, que consiste en:
a)
exponer los principios del saber a la consideración del
discípulo;
b)
llevar dichos principios a sus conclusiones propias;
c)
proponer ejemplos sensibles que los ilustren y permitan
la formación de imágenes en el discípulo.
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Por último, debe señalarse que Tomás de Aquino no establece una separación o
disyuntiva absoluta y excluyente entre virtudes morales y virtudes
intelectuales. Por eso, en la génesis o desarrollo de éstas cuentan también
aquéllas, y especialmente dos de ellas: la estudiosidad, que modera el
afán y el trabajo de saber, y la docilidad, que busca y recibe el
consejo para saber.
Cuestiones
de Desarrollo.
El
término “construcción” —de la personalidad o del aprendizaje— ¿expresa adecuadamente
la noción tomista de educación?La
afectividad debe ser controlada por la razón. ¿Qué significa y qué no significa
aquí “controlar” respecto de la formación moral?¿Es
congruente la noción actual del educador como “facilitador del aprendizaje” con
la concepción tomista?
La
educación es la comunicación del saber por parte del educador al aprendiz. ¿Qué
significa esto desde la concepción tomista de educación?
*. Aún no se ha establecido de
forma concluyente, y tan concreta como en la formación moral, cuáles son las
virtudes intelectuales que deben ser desarrolladas en la formación intelectual,
según la concepción tomista. No obstante, siguiendo la tradición aristotélica
cabría mencionar a la virtud de la ciencia —capacidad de extraer
conclusiones de los principios—; la virtud del arte —el saber hacer o
recta razón de lo factible— y la de la sabiduría o hábito de los
primeros principios del ser
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